jueves, 25 de noviembre de 2010

Por qué los medios no quieren a las lesbianas

Buscando noticias para poner en el blog me topé con este artículo del sitio hipercrítico.com, y me pareció tan interesante que decidí reproducirlo en su totalidad. Aquí se los dejo:

Por: Cicco.
"Haga un ejercicio: mencione cinco lesbianas famosas. Con suerte, y viento a favor, podrá identificar a la tenista Martina Navratilova y a Cumbio, la flogger. Del resto, ni noticias. Una vez, le pregunté a un popular relacionista público, por qué, en tiempos de liberación sexual e igualdad de derechos, las lesbianas se llevaban la peor parte: ni una línea en la historia, ni un sueltito en los diarios, ni un sorrentino a los cuatro quesos en lo de Mirtha. “¿Vos viste alguna vez a una lesbiana?”, preguntó, espantado. “Son chaboncitos que hablan como Pity Álvarez”. El relacionista era gay confeso, sin embargo, no dudaba en hablar pestes de sus pares femeninos.

Quizás, ha visto mujeres en la calle tomadas discretamente de las manos. Quizás ha visto a Madonna besando a una mujer más por marketing que por impulso amoroso. Pero estos pantallazos duran segundos, y no reflejan la verdad. Porque, vamos a hablar con franqueza, las lesbianas aún viven como un siglo atrás, ocultas de los medios, con cierto pudor amenazante y un aislamiento que remite a la cuarentena. Los gays, por otro lado, están liberados y consolidados, tienen representantes por todas partes, portavoces de la causa que actúan con la rapidez de los bomberos y sofocan cada voz que se les pone tímidamente en su camino. Los gays son los primeros en dejarse filmar en la unión civil, son los primeros en poner la firma en el matrimonio del mismo sexo. Las lesbianas, en cambio, son seres de otro mundo. Un caso extraño para la ciencia médica, relegados a los anexos de los manuales de sexología.

Cada dos por tres me llegan mails de una institución que nuclea a las lesbianas de la Argentina. No conozco a la directora, quien firma los correos y jamás publiqué un artículo con ella ni con su organización. Es debido a esto que la mujer se toma el asunto a pecho y decide llamarme preguntando por qué de las decenas de anuncios que ella me envía jamás le he dedicado ni una línea. Qué soy yo: ¿un lesbianófobo? Tenía razones para pensar de ese modo. “Siempre sacás cosas de la CHA”, me retaba. “Y de nosotros no publicás nada. ¿Por qué nos hacés esto? ¿O es tu medio el que tiene algo en contra nuestra?” La mujer tenía razón.

Por mi parte, había difundido, escrito, debatido sobre cientos de notas en torno a los gays, y, en especial, al travestismo. Tengo mi agenda llena de teléfonos de travestis, organizaciones gays y ensayistas homosexuales de toda clase. En toda mi carrera, sin embargo, no recordaba una sola nota relacionada con lesbianas, excepto un testimonio ilustrado con una foto, lejos y hace tiempo, donde una pareja de mujeres se besaba –una de ellas gordita y simpática, la otra, delgada, morocha, de anteojos, ninguna muy bonita que digamos- y el editor había decidido publicarla pequeña, abajo, y al cierre del artículo. No había deseo sexual en sus miradas, había algo semejante al amor, lo cual había convencido a mi jefe a reducirla a su mínima expresión. Por lo visto, entendí entonces, no era el único. Los medios son básicamente lesbianófobos.

No importa lo unidos que se vean en público. Cuando uno habla con aquellos que presiden organizaciones de homosexuales, reconocidos, mediáticos, siempre llamados a debatir en programas de traje y corbata y contar sus historias en medios de primera línea, descubre que, a pesar de que sus conquistas son en bloque, cuando se les habla de las lesbianas en seguida establecen una helada distancia. “Hay diferencias, claro”, reconocen. “Si necesitás te pasamos los teléfonos de ellas. En algún lado lo debemos tener”.

Porque, seamos sinceros, los gays siguen siendo gente con pito, y a un portador de pito le resulta imposible concebir cómo dos seres pueden descubrir el amor, y cambiarlo por un tubo de plástico. El pito es la manguera de la creación. No entiende que lo dejen a un lado. Que haya encuentro amoroso donde no se lo invoque. Ni fiesta donde no se lo tenga en cuenta. Y, cuando eso sucede, se ocupa de que la noticia pase sin pena ni gloria, desapercibida, anónima, ingrata. El lesbianismo es el último tabú mediático. El miedo más ancestral y primitivo del hombre: que dos mujeres escriban una historia de amor, unida y sentida, que se quieran para toda la vida, más allá de los medios y más allá de las mangueras. "

Fuente: hipercritico.com

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