domingo, 5 de abril de 2009

El Colegio Nacional de Buenos Aires se anima a salir del placard

En el colegio soy lo que soy, en casa todavía no. Francisco, Priscila y otros dos alumnos que integran la movida aún no revelaron ante sus padres su identidad sexual. Por eso pidieron no dar la cara para esta nota.

Él tiene 17 años y es transgénero. En casa lo llaman con nombre de mujer, pero en la escuela se presenta como varón. Tardó en saber qué significaba ser transgénero, pero ahora quiere iniciar los tratamientos con hormonas. Sabe que ni bien cumpla los 18, papá y mamá no podrán impedirlo.

Ella tiene 18 y es lesbiana. Lo sabe desde chica, pero nunca lo habló con sus padres, una pareja de inmigrantes coreanos muy cristiana y conservadora. “Jamás lo aceptarían, sería una tragedia para ellos”, dice.

En 2008, ambos decidieron dar un paso inédito en la historia del Colegio Nacional de Buenos Aires, uno de los más tradicionales de la Argentina: crearon una “comisión de diversidad” en el centro de estudiantes. Es la primera experiencia de este tipo en el país. La rectora, Virginia González Gass, los respalda y ya son varios los alumnos gays y lesbianas que se acercaron para participar.

Él quiere que cuando pasan lista lo llamen Francisco. Ella quiere que cuando hablen de educación sexual se hable de todas las sexualidades y de todas las familias posibles. Ambos contaron cómo es ser gay, lesbiana o transexual en una escuela secundaria porteña de comienzos del siglo XXI.

FRANCISCO. “Un día les dije a mis padres: ‘soy lesbiana’. Ellos me dijeron que no podía ser ‘eso’, que lo hacía para llamar la atención, y no se habló más.

–¿Y cómo pasaste de “soy lesbiana” a “soy Francisco”?

–De chico, me creía que era mujer, pero después no podía dormir pensando que iba a tener que usar falda. Ya en esa época no era muy femenino. A los 14, empecé a buscar respuestas. Encontré páginas de internet sobre personas trans, que hablaban de la sensación de haber nacido en el cuerpo equivocado. Yo no me sentía así: a esa edad, el cuerpo no me importaba mucho. Hoy pienso que no nací en un cuerpo “equivocado”; nací como todo chico trans, que después tiene que construir su cuerpo. Pero en ese momento no lo entendía: tenía que ser una cosa o la otra, y como me gustó alguna chica pensé: “Debo de ser lesbiana”. Fue un primer momento de libertad. Pero después me fui masculinizando cada vez más.

–¿Cómo reaccionaban los otros?

–También empezaban a verme como un chico. En el colegio entraba al baño de mujeres y me decían que me había equivocado de baño. Me masculinicé tanto que la gente me miraba en el subte tratando de descubrir qué era. Fui identificándome cada vez más, hasta que me di cuenta de que era un chico trans.

–¿Cómo manejaste ese cambio socialmente?

–Mis compañeros me llaman con un sobrenombre neutro, pero los más amigos me dicen Francisco. Saben que si usan mi nombre legal los voy a mirar con mala cara, así que llegamos a ese acuerdo. Mi familia no sabe nada, salvo un primo, y mis padres usan mi nombre legal. Es feo, porque es como tener tres vidas diferentes: soy una chica heterosexual para algunas personas, una chica lesbiana para otras y un chico trans para los que me conocen bien. Estaría bueno tener una sola vida, la que yo quiero. Supongo que se va a ir dando.

PRISCILA. “Mis padres son coreanos y no leen diarios en español, así que no van a enterarse de esta nota”, dice, y se ríe.

–¿Y cómo lo tomarían si supieran?

–Ellos son muy tradicionales y cristianos, mi madre reza todos los días, son como sacados del siglo XVII. Si supieran que soy lesbiana, llamarían a todos los pastores para exorcizarme o tratarían de obligarme a que me case con un hombre. Que sea lesbiana no está en sus planes.

–¿Y cuáles son tus planes?

–No contarles nunca. Es triste que no lleguen a conocerme, pero tengo amigas coreanas que se lo dijeron a sus padres y terminó todo mal. Yo quiero vivir libremente mi vida, aunque sea alejada de ellos. Ser feliz y que ellos también sean felices.

–¿Cómo fue la salida del placard con tus compañeros del secundario?

–Medio forzada, porque un chico encontró un cuaderno donde yo anotaba cosas personales, lo leyó con otros y empezó a correrse la noticia de que yo era lesbiana. Después terminó todo bien, quizá porque hay muchos chicos gays en el grupo y eso influyó a todos. De hecho, la exploración está muy aceptada y muchos chicos ya “probaron” con ambos sexos.

–¿Qué creés que piensan los chicos de tu edad sobre la homosexualidad?

–En mi grupo, el tema está ya muy naturalizado. Con el matrimonio gay están todos de acuerdo, pero algunos dicen que no aceptan la adopción. Es por falta de información. Deberían explicarme a mí por qué piensan que yo no podría ser una buena mamá.

La militancia. “Al principio, la idea era crear una comisión LGBT, pero la bautizamos Comisión de Diversidad porque nos pareció mejor ampliarla y trabajar con todas las diversidades”, dice Priscila. “Pero, hasta ahora, todas las actividades fueron de diversidad sexual”, aclara Francisco.

Priscila había llegado a 5º año y lamentaba haberse sentido sola en su proceso de descubrimiento; decidió que había que hacer algo. Conversó con Francisco y convocaron a otros amigos gays y lesbianas. Más alumnos, lentamente, empiezan a acercarse. Francisco recorrió los cursos para convocar al Festival de Arte Queer que organizaron con la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans y a la presentación, planificada junto con el Área de Jóvenes de la CHA, de una guía para salir del armario. “Con los profesores no hubo problemas, y González Gass (la rectora) fue muy abierta”, cuentan. La primera actividad fue la proyección de la película La jaula de las locas (la remake con Robin Williams) y se presentaron en el foro de internet de la escuela.

“Cuando pasé por las divisiones, algunos chicos se reían, pero seguro habría otros que se sentían identificados. A veces no sabía con qué nombre presentarme ante los que no me conocían. Andar explicándole mi identidad de género a todo el mundo es agobiante”, dice Francisco.

Priscila quiere seguir participando como ex alumna y promover que lo mismo que ellos hicieron se haga en otras escuelas: “La educación sexual es muy importante, para acabar con la ignorancia y los prejuicios. Hay personas que ni saben lo que es una persona trans”.

Francisco está comenzando el último año del secundario y, para después, duda entre sociología o antropología. Priscila ya egresó y quiere estudiar cine o fotografía, y también ingeniería ambiental. Ambos quieren seguir adelante con este espacio inédito que abrieron con más dudas que certezas. “Estoy orgullosa de lo que logramos”, dice Priscila. “Fue sólo el comienzo”, agrega Francisco.

Fuente: criticadigital.com

Es una bocanada de aire fresco leer esta tipo de noticias, de que mi país está progresando y cada vez hay mayor aceptación en cuanto a la diversidad sexual en los colegios. Bravo por estos chicos y su iniciativa. Y a mí me da ganas de tener 17 nuevo para ser parte de todos estos cambios sociales tan importantes :D Enhorabuena!

viernes, 3 de abril de 2009

Suecia aprueba el matrimonio homosexual

*El Parlamento lo aprueba por 261 votos a favor y 22 en contra.
*Desaparece la normativa sobre parejas de hecho, vigente desde 1995.
*La ley entra en vigor el 1 de mayo


El Parlamento sueco ha aprobado por 261 votos a favor y 22 en contra una nueva ley que autoriza el matrimonio entre personas del mismo sexo.

La nueva legislación supone la desaparición de la normativa sobre parejas de hecho, vigente desde 1995.

Las parejas homosexuales podrán formalizar su matrimonio con una simple notificación a las autoridades o una ceremonia.

La entrada en vigor de la nueva ley está fijada para el próximo 1 de mayo, pero su aplicación en las iglesias puede demorarse hasta el año que viene.

La Iglesia Nacional Luterana sueca no tomará una postura oficial sobre esta ley hasta el próximo otoño.

Oposición de los cristianodemócratas

Sólo el Partido Cristianodemócrata se opuso a ella e intentó hasta el final de un intenso y largo de debate de más de seis horas, que se eliminara la palabra "matrimonio" y se buscara una fórmula distinta para las parejas de homosexuales.

"Queremos salvar el matrimonio", declaró la cristianodemócrata Yvonne Andersson, que apeló a la cultura, la tradición y el respeto por el significado religioso del matrimonio como unión entre un hombre y una mujer.

Suecia se une a otros países que ya permitían el matrimonio entre personas del mismo sexo como Holanda, España, Bélgica, Canadá, Sudáfrica y Noruega, además de los estados de EEUU de Massachusetts y California.


Fuente: 20minutos.es

Una lesbiana es la primera mujer alcaldesa de Zurich


Zurich, la ciudad más poblada y capital financiera de Suiza —que, además, este año será sede del Europride— eligió el domingo a la socialista Corine Mauch como alcaldesa, convirtiéndola no sólo en la primera mujer que llega a ese cargo sino también la primera lesbiana que gobernará la ciudad.

“Soy lesbiana, ¿y qué?”, ha manifestado. “Nunca he buscado ser elegida por eso, aunque comprendo que muchos homosexuales hayan votado por mí por esa razón”. Respecto a que la casualidad haya querido que este hecho se produzca pocas semanas antes de la celebración del Europride, Mauch ha manifestado que “es una feliz coincidencia que refuerza el carácter simbólico de la manifestación para nuestra ciudad”.

Mauch, públicamente asumida lesbiana, no es la primera persona homosexual que ejerce ese cargo en Europa. Klaus Wowereit y Bertrand Delanoë son los alcaldes gays que tienen a su cargo las ciudades de Berlín y París, respectivamente.

Fuente y foto: Agmagazine.info - Con info de DosManzanas.com

miércoles, 1 de abril de 2009

Que si, que no, y al final....SI.

Bastante indecisa la niña. Ahora ha dado una nueva entrevista a The Advocate confirmando que es lesbiana, y dijo que el reportaje en la revista Diva fue "impreciso" ya que todavía no había salido del armario como habia confirmado Diva en su portada.

Clementine dijo: "Si, soy gay. Es solo que no quería que se hiciera tanto énfasis en el tema."

Asi que mis niñas, ya está confirmado, Clementine Ford es de las nuestras :D


Fuente: shewired.com

martes, 31 de marzo de 2009

Apostasía Colectiva: Presentaron su renuncia a la Iglesia Católica

Esta tarde, en las oficinas del Arzobispado de Buenos Aires, se entregaron las más de 1000 solicitudes de apostasía (renuncia a la Iglesia Católica), que formaron parte de la campaña “No en mi nombre”.

La apostasía colectiva es un acto de repudio público a la manipulación ideológica y material de la Iglesia Católica en la vida ciudadana. Es una forma de manifestar el desacuerdo con su política social, sexual y económica dejando en claro que no representa a todos los que figuran en sus fichas, y estas mismas personas piden que no reciba más subsidios del Presupuesto Nacional, en su nombre.

La movida se inició con una lista virtual de personas que piden ser borradas de la lista de bautizados. La nómina fue presentada hoy en el Arzobispado de Buenos Aires.

Es la primera vez en el país que ocurre una renuncia colectiva a la religión católica como “acto simbólico de repudio a las políticas de intromisión de la jerarquía eclesiástica en la vida pública y privada de la ciudadanía”. La movida nació hace unos meses en una lista virtual feminista, RIMA, y fue sumando adeptos entre artistas, ateos militantes, activistas de movimientos de la diversidad sexual y personas independientes.

La apostasía está definida en el canon 751 del Código de Derecho Canónico como “el rechazo total de la fe cristiana”, recibida por medio del bautismo. Como no existe ningún procedimiento legítimamente establecido para abjurar de la fe cristiana o cualquier otra fe y retirar el apoyo implícito a esa institución religiosa, se adoptó ese término clerical. Algunos prefieren hablar de “desbautizarse” y lo comparan con la desafiliación de un partido político. Incluso, hay quienes aclaran que no significa dejar de ser creyente, sino renunciar al catolicismo en términos institucionales.
Para la Iglesia, el ingreso al catolicismo se produce con el bautismo. La costumbre marca que la práctica de ese ritual la deciden los padres. La mayoría de los bautizados son bebés con pocos meses de vida, una edad en la que no tienen voz –ni discernimiento– para expresar si dan su consentimiento a la afiliación a esa u otra religión.

El trámite de apostasía se funda en la ley 25.326 de Habeas Data. La llamada Ley de Protección de Datos Personales otorga a las personas el derecho de acceder, rectificar, suprimir o actualizar los datos que de ella existan en cualquier base de datos. En este caso concreto, la persona podrá requerir a la parroquia donde está registrado su bautismo que sus datos sean eliminados.

“Esta es una primera convocatoria. Pero habrá más”, adelantaron los organizadores. “Debería ser el puntapié inicial para que haya en el país una reforma constitucional que quite la obligación que tiene el Estado de sostener el culto católico como establece la Carta Magna. La Iglesia Católica no puede entrometerse en la educación y la salud pública de los argentinos. Lamentablemente, se legisla teniendo en cuenta la tradición católica y no la razón o la voluntad del pueblo”, agregaron.

Paola Rafetta, miembro de la organización, sostuvo a SentidoG.com, que “ahora comienza una nueva etapa, y esperamos que se sumen muchos mas. No queremos que sigan haciendo cosas en nuestro nombre, simplemente porque no los elegimos”.

En su discurso, Rafetta indicó que “no alcanza con no practicar o pertenecer a otra religión. La Iglesia, en nombre de todas las personas bautizadas, se opone al aborto no punible, obstaculiza la educación sexual, se opone al uso de profilácticos atentando contra la salud sexual y reproductiva, recibe dinero del estado para sueldos de obispos y sacerdotes y exenciones impositivas, atenta contra el matrimonio y la adopción homoparentales en Argentina y en el mundo, fomenta el sexismo, condena a homosexuales y personas GLTTTBI, incitando a la homofobia y la intolerancia, censura permanentemente la sexualidad, aduciendo autoridad moral, mientras se destapan miles de casos de pedofilia encubiertos por el Papa y sus Ministros”.

Cesar Cigliutti, Presidente de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) que también apoyaron la campaña, manifestó su beneplácito por la cantidad de solicitudes recibidas, y rechazó “las políticas de represión para las personas gays, lesbianas y travestis en toda su historia. Es un buen inicio y esperamos que esto anime a muchos mas a apostatar contra los dichos del Papa, obispos y curas”.

Gabriel Oviedo, director del portal SentidoG.com, indicó que “no es una renuncia a nuestra fe, sino a la Iglesia y su dirigencia. Y tampoco quiero que hablen en mi nombre, para meter a muchas personas LGTB en el closet, o no permitir unirnos en matrimonio, adoptar, etc, tan solo por amar a una persona de nuestro mismo sexo. Dios nos hizo hombres y mujeres, gays, lesbianas y trans y no es lo que están interpretando estas personas que conducen la Iglesia, por eso presento mi renuncia a este tipo de doctrina”.


Rechazo de la Iglesia

En su reflexión semanal en el programa "Claves para un Mundo Mejor", Mons. Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata, rechazó la "campaña de apostasía colectiva".

El Prelado platense se preguntó "¿Quienes son los que promueven esto?”¿Y qué es lo que les molesta especialmente?... ¿Qué tipo de ideología hay detrás de esta campaña pues aparece con toda claridad en la propuesta, que está muy inteligentemente armada?"

Según el Arzobispo, "lo que quieren en realidad es protestar contra la presencia pública y cultural de la Iglesia. Lo que les molesta expresamente a estos movimientos es que la Iglesia tenga todavía arraigo en el pueblo argentino... Aquí, lo que molesta específicamente es que la fe se haya hecho cultura y lo que se intenta es desarraigar la fe de la cultura vivida de la gente".

"Para nosotros –explicó el Prelado–, esta campaña tiene que ser un estímulo, una especie de acicate para la renovación de nuestra fe, no sólo individual, íntima, sino de proyección en la vida concreta y en sus expresiones culturales".

El ejercicio de la apostasía –o desafiliación del catolicismo– viene creciendo con fuerza en España, donde ya se hicieron varias entregas masivas de solicitudes. En la Argentina es un procedimiento poco conocido.

Para la Iglesia Católica la apostasía es uno de los tres pecados más graves, junto con el cisma y la herejía. En la Edad Media se castigaba con la muerte en la hoguera. Los tiempos han cambiado: ahora, se enarbola como un derecho.

Entre las organizaciones que ya adhirieron a la apostasía colectiva figuran movimientos de mujeres, movimientos por la diversidad sexual y la salud reproductiva, ateas y ateos, feministas, movimientos sociales y agrupaciones de derechos humanos, movimientos de trabajadoras y trabajadores y personas independientes entre los que figuran Vox Asociación Civil (Rosario); el grupo ecuménico cristiano Misión Sacerdotal Tercermundista, el Movimiento de Mujeres de Córdoba, el Colectivo de Lesbianas Feministas Josefa Camejo, la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), la Asociación Humanista-Ética Argentina Deodoro Roca y Argatea.

Fuente: SentidoG

lunes, 30 de marzo de 2009

Clementine Ford salió del armario y se volvió a meter


Clementine Ford es hija de la actriz Cybill Shepherd. Se ha hecho conocida por interpretar a Molly Kroll en la cuarta y quinta temporada de The L Word.

Salío en la portada de la revista Diva, con el título "Clementine Ford sale del armario", en ingles "Clementine Ford comes out". Aunque ella explica que tecnicamente ella siempre estuvo fuera del armario y nunca le gustó las etiquetas

Clementine estaba casada con Todhunter entre 2000 y 2004, pero los rumores sobre su orientación sexual desde entonces fue creciendo, y mucha gentes especuló que tenía un romance con Kate Moennig (Shane). Acerca de este tema, Clementine dijo a la revista Diva:

"Si hay rumores, es evidente que hemos hecho nuestro trabajo muy bien….Somos buenas amigas y la gente puede sacar las conclusiones que quieran"

y no sólo eso, sino que también habló acerca de su madre y dijo:

“Mi madre y Jane –Lynch- tienen una química fantástica en la pantalla y fuera de ella, y son amigas. Deseo fervientemente que estén juntas, es uno de mis sueños más secretos.”

Pero ahora Clementine se arrepintió de su osadía y volvió a meterse en el armario negando todo lo que había dicho anteriormente. Al parecer el motivo es porque no desea que el público la vea como lesbiana, ya que le quitaría credibilidad para interpretar otros personajes y le perjudicaría la carrera. Actualmente está trabajando en la novela ‘The Young and the Restless’.

Fuente: Inescapablemente.es

Mujeres solamente

En los metros de japón solía haber problemas con los “Chikan” (hombres que le meten mano a las mujeres). Entonces desde hace años que los japoneses pusieron un vagón solo para mujeres donde las mujeres se sienten seguras.Esta clase de tren lleva sistema de horarios distintos dependiendo de la compañía de tren/metro, pero lo mas habitual es que estos vagones sean los primeros o los últimos del tren y que estén habilitados solo para mujeres en horas puntas como suele ser entre las 7.00-9.00 am y las 22.00-00.00 pm.

Estos vagones se pueden diferenciar porque en el anden donde se espera al tren hay pegatinas que advierten de que va a parar un vagón solo para mujeres y porque en las puertas del vagón también hay pegatinas. Lo normal es que solo este habilitado el vagón solo para mujeres en unas horas concretas, así que durante el resto del día, aunque estas pegatinas estén en los trenes y los andenes, los hombres también pueden subir a dicho vagón (menuda faena si estuvieran todos los días poniendo y quitando pegatinas).

Fuente: AlainKun - Ajapon.com
me encantaría viajar en esos vagones. Con lo que me atraen a mí las mujeres japonesas...jum!

Japón: luz verde para la legalización del matrimonio gay en su territorio

Los ciudadanos japoneses unidos en matrimonio con extranjeros donde la unión gay esté permitida, podrán legalizar su unión en Japón.

De acuerdo a información permeada desde el Ministerio de Justicia en Japón, las autoridades han suscrito un documento en el que las uniones gays celebradas en otras naciones, serán sujeto de legalización en ese país oriental.
Un certificado o documento de identidad que garantice que las personas son solteras y están en edad legal sera requerido para tal efecto a quienes deseen legalizar su matrimonio.

Taiga Ishikawa, del grupo de apoyo gay Peer Friends, declaró: “Este es un paso adelante. Los gays japoneses siguen sufriendo una desventaja, sin embargo, podrán contraer matrimonio en ciudades de ultramar y luego legalizar su unión” concluyó.

Fuente: Universogay.com

Ser lesbiana es un enorme tabú social en China


Una luce su melena oscura, suelta sobre los hombros, otra lleva el pelo corto, a lo chico. Una lleva un top ajustado y unos bonitos ojos rasgados, que brillan en la oscuridad gracias a las sombras de maquillaje; la otra lleva un pendiente en la oreja y una camiseta de algodón negra que disimula las suaves curvas de una mujer china.

Mientras la música pop suena a todo volumen, se dan un beso profundo en la boca y brindan después con dos botellas de Tsingtao, la cerveza más famosa de China. Son Pat y Lydia, nombres ingleses de esta pareja de homosexuales pekinesas veinteañeras que el sábado pasado se divertían en el Feng Bar, el principal punto de encuentro en la capital china para las lesbianas, a quienes llaman lalas.

"En Pekín hay bastantes bares para gays, pero las lesbianas apenas tenemos sitios para reunirnos", dice Lydia, de 27 años, editora en una revista de moda. Su inglés fluido y su elevado nivel de estudios delatan que proviene de una familia acomodada de Pekín, como muchas de las chicas que se divierten a su alrededor.

Frente a la entrada del Feng Bar hay aparcados BMW, Audis, Minis y modernos 4X4 japoneses, modelos de coche habituales en la zona del Estadio de los Trabajadores, junto a la zona diplomática, donde se concentran las discotecas y bares de la juventud pija de Pekín.

Identidad clandestina
"Mis padres no saben que soy lesbiana, no puedo decírselo", dice Lydia. "Ella tampoco", añade, mirando a Pat, su pareja desde hace dos semanas, mientras habla con un grupo de amigos heterosexuales que ha venido con ellas. Ser lesbiana sigue siendo un enorme tabú social en China, un país de sociedad conservadora y con un Gobierno que promueve la buena moral, basada en la familia y el matrimonio.

Aunque la homosexualidad dejó de ser considerada una enfermedad mental en China en 2001, sigue siendo "un símbolo contrario a la moral tradicional", dice Xu Bin, una ingeniera pekinesa de 36 años y fundadora de una de las primeras asociaciones de lesbianas de China: Tongyu, que significa "lenguaje común".

No existen cifras oficiales sobre homosexualidad en China, pero el Ministerio de Sanidad estima que hay entre 5 y 10 millones de gays y entre 2 y 4 millones de lesbianas. La cifra puede ser hasta tres veces mayor, ya que la mayoría de los homosexuales no lo reconoce públicamente.

Fuente: Publico.es

viernes, 27 de marzo de 2009

Relaciones verdaderas versus relaciones basadas en el engaño.

Según la ultima encuesta, lo que más prefieren leer nuestras visitantes son temas feministas, muy lésbicos, o de sexualidad. Hoy les traigo un tema muy controvertido que seguramente va a poner nerviosa a más de una, pero creo yo, que los temas que muchas prefieren callar son los que más vale la pena ventilarlos.

Las relaciones de pareja heterosexuales se basan en la falsedad y el engaño mutuo para poder perdurar? ¿Las parejas lésbicas son más verdaderas y felices?

Los hombres generalmente son de naturaleza egocéntrica-machista-infantil, con un marcado complejo de inferioridad innato que los lleva a buscar que siempre los alaben, los admiren o los adulen. Necesitan sentirse "dioses" encumbrados. En la menor oportunidad sacan a relucir sus hazañas, sus habilidades, y te cuentan sus proezas para "empujarte" a que los alagues. Necesitan ser admirados para sentirse machos en todos los planos: laboral, sexual, deportivo, etc..

Las mujeres, que en los primeros años de su vida suelen ser lo más inocente y virginal que hay, con los años desarrollan armas de zorras, entre los que se cuentan el arte de la manipulación psiquica y emocional.

¿que pasa cuando se juntan un necesitado de admiración y una experta en manipulación? MATRIMONIO.

Elijes un hombre (cualquiera), lo halagas y lo "admiras" hasta hacerle creer al pobre infeliz que es Superman, y ya te consigues un marido que te pague las cuentas, que te folle todas las noches, y te de una vida de lujazo.

El, por su parte, elije una tonta del montón, la trata como a una princesa, y ya tiene una "puta" que le habra las piernas todas las noches y una "madre" que lo cuide y le sirva.

¿Por qué? ¿Por qué las parejas heterosexuales deben servirse del engaño y la falsedad para poder sentar una base sólida? Dentro de esa relación la que sufre siempre es la mujer, porque debe resignar muchas cosas para poder conservarlo a su lado. El hombre nunca deja de ser quien es, mantiene su personalidad intacta y hace lo que quiere, con sus defectos y virtudes. Quizás al comienzo de la relación él esconde sus defectos pero a la larga terminan saliendo. En cambio la mujer SIEMPRE debe mantener su farsa de hacerle creer que él es más inteligente, superior, un semidios, y halagarlo constantemente para mantenerlo interesado. Porque si ella se atreviera a demostrar que es más inteligente que él, más fuerte emocionalmente, autosuficiente, y con más preparación cultural, lo pierde de inmediato. Una mujer que se muestre verdadera y frontal es muy duro de soportar para un hombre, que no puede superar su complejo de inferioridad y machismo, de que una mujer sea más que él.

Cuando se casan, el hombre pierde su libertad -hasta cierto punto-, pero la mujer debe encojerse, volverse muy pequeña para lograr meterse bajo sus zapatos. Pierde buena parte de su cerebro, de su inteligencia y de todas sus enormes capacidades que de ahora en más deberán estar escondidas para siempre mientras dure su relación. Todo sea por conservar a su macho al lado. Lo peor de todo es que todo este esfuerzo, esta autodegradación solo sirve para incrementar el machismo de él, que la vea como inferior y que le siga perdiendo el respeto. La mujer heterosexual es víctima de su propia trampa. Su lema de vida se convierte en "no seré feliz, pero tengo marido". No solo se achica para conservarlo sino para no hacerlo enojar y que le de una paliza. El estar intimidada por la superioridad física es una constante inevitable que acentúa el servilismo hacia su "macho".

Y este quizás sea el punto de choque entre las mujeres heterosexuales y las lesbianas, ya que las lesbianas son feministas por naturaleza, y muy pero muy orgullosas de ser mujeres, inteligentes, capaces y libres para hacer lo que se le venga en gana.

Una pareja de lesbianas es auténtica. Libres para actuar y para pensar. Ambas son como son. Pueden tener mayor o menor química entre ellas pero no recurren a la autodenigración para tratar de conservarse una a la otra. La amenaza no es de índole física, sino que son agobiadas por los celos, infidelidad, el mimetizarse una con la otra, u otras facetas de carácter pasional, porque no saben manejar bien el amor que sienten. Quizás les falte madurez para saber llevar sabiamente su relación de pareja, pero ambas se complementan dando todo de sí mismas.

¿que piensas de este tema? Queremos saber tu opinión al respecto ^^

lunes, 23 de marzo de 2009

GLAAD honors "The L Word"


On Wednesday, The Gay & Lesbian Alliance Against Defamation (GLAAD) announced the special awards recipients for the Los Angeles presentation of the 20th Annual GLAAD Media Awards to be held on April 19. The awards recognize fair and inclusive portrayals in the media of the gay, lesbian, bisexual and transgender community.

The L Word, whose sixth and final season just concluded, will receive a Special Recognition Award. L Word creator Ilene Chaiken, along with cast members Jennifer Beals, Leisha Hailey, Kate Moennig and Pam Grier, will accept the award.

Despite its incomprehensible plot twists, descent into camp melodrama and unsatisfying ending, there is no question that The L Word was a groundbreaking series that brought visibility to lesbians. Furthermore, The L Word not only attracted lesbians but also straight viewers like moths to a flame every Sunday to see a group of fictional women in West Hollywood laugh with and love each other as they jumped through bizarre hoops placed in front of them by Team Chaiken. As much as we loved to hate The L Word, the show certainly deserves a parting gift from the community that comprised both its core subject and its audience.

Fuente: Grace Chu - Afterellen.com

jueves, 19 de marzo de 2009

Dinamarca aprueba que las parejas homosexuales puedan adoptar hijos


Dinamarca – (Dos Manzanas)

El Parlamento de Dinamarca acaba de aprobar por 62 votos a favor, 53 votos en contra y 64 ausencias que las parejas homosexuales puedan adoptar hijos en igualdad de condiciones a las parejas heterosexuales. La legislación danesa ya permitía a las personas homosexuales adoptar a los hijos biológicos de sus parejas, pero no les permitía la adopción conjunta. La iniciativa, que ha partido de un diputado abiertamente gay, ha podido ser aprobada gracias al voto de la oposición de izquierdas junto al de siete diputados del Partido Liberal, el partido que encabeza la coalición de centro-derecha que gobierna actualmente el país.

La legislación danesa fue, en su momento, la más avanzada del mundo en lo que se refiere a los derechos de gays y lesbianas. Dinamarca fue el primer país del mundo en aprobar una ley de uniones civiles, allá por 1989. En los últimos años se había quedado, sin embargo, atrasada respecto a otros países europeos, como Holanda, Bélgica, España y Noruega, países en los que el matrimonio entre personas del mismo sexo está reconocido, e incluso frente al Reino Unido o Suecia, países en los que las parejas del mismo sexo pueden unirse civilmente y adoptar.

Fuente: Sentido Gay

El gobierno de Obama suscribe la declaración de la ONU para despenalizar la homosexualidad, que Bush rechazó


En diciembre pasado 66 de los 192 países miembros de las Naciones Unidas suscribieron una declaración a favor de despenalizar la homosexualidad en todo el mundo. Los Estados Unidos presididos por George W. Bush votaron en contra. El gobierno de Barack Obama ha decidido ahora apoyar aquella declaración, dando un nuevo vuelco a las políticas de la Administración precedente.

Ni el debate ni la votación en la ONU fueron fáciles. A favor de la declaración estaba la totalidad de la Unión Europea -siendo España una de sus más entusiastas impulsoras-, y también dieron su apoyo países como Japón, Australia o Mexico. Hizo campaña en contra el Vaticano y se opusieron con todas sus fuerzas los países árabes y los más de 50 estados miembros de la ONU donde la homosexualidad es un delito castigado con la cárcel y a veces con la muerte.

No es el caso de Estados Unidos. Pero sí existen leyes para impedir que un homosexual explícito sirva en el ejército. El presidente Bill Clinton intentó cambiar esto al principio de su mandato y fracasó. A eso se suman peculiaridades de las legislaciones de algunos estados, donde por ejemplo un empleador o un casero pueden rechazar a un empleado o a un inquilino por ser homosexuales.
Precisamente uno de los grandes argumentos de la oposición de Bush a la declaración de la ONU es que podía entrar en conflicto con ciertos puntos de la legislación federal y estatal del país. La Administración Obama ha eludido este obstáculo con un argumento sorprendentemente diáfano: un portavoz del departamento de Estado, Robert Wood, anunció jubiloso que no hay de qué preocuparse, ya que la declaración no genera ninguna obligación legal. Se puede decir más alto pero no más claro que esto es pura diplomacia gay que no compromete a nada.

Otra cosa es que el colectivo homosexual se ilusione con que este guiño es el principio de algo, justo cuando en California acaba de volver a prohibirse el matrimonio homosexual. En estos momentos gays y lesbianas sólo pueden casarse legalmente en Connecticut y Rhode Island, aunque sopesa estos días convertirse en el tercer Estado “rosa” de la Unión.

Fuente: Abc.es

viernes, 13 de marzo de 2009

Las escenas borradas de "Gía", con Angelina Jolie

Buscando algunos videos encontré este de Angelina Jolie cuando realizo la película Gía (1998). Estas son escenas que fueron borradas y que finalmente no fueron incluídas en la película.

viernes, 6 de marzo de 2009

Amor y cuernos:¿fidelidad es sinónimo de amor?


¿Por qué siempre asociamos el amor con la fidelidad? ¿que tiene que ver una cosa con la otra?



Generalmente cuanto más enamorada estás de tu pareja, te vuelves asexual hacia las demás personas y solo tienes ojos hacia tu chica. Puede provocarte la más bella de las mujeres, pero no se te mueve un pelo, sólo la deseas a ella, y se apodera de tí un sentimiento de pertenencia que a la larga se vuelve mutuo.

Pero siempre me he preguntado si la fidelidad es un dilema moral, hormonal o si en verdad una de las "funciones" del amor es anular el deseo sexual hacia los demás. ¿Por qué te contienes? ¿por respeto; por miedo a perderla si se dá cuenta que estuviste con otra; porque te sentirías una traidora; o porque estás perdidamente enamorada de ella y no necesitas a nadie más?



La infidelidad siempre se asocia a sentimientos negativos. Supuestamente se es infiel porque algo no marcha bien en la pareja y hay muchas razones: porque el sexo es mediocre; por venganza -si ella te fue infiel primero-, o para desahogarte del agobio represivo que sientes a su lado, y un largo etcétera...Una persona infiel es una persona insatisfecha.

¿Por qué somos fieles?

Desde el punto de vista ético, nos carcome el cargo de conciencia cada vez que "traicionamos" a nuestra pareja y surjen los clásicos "¿por qué lo hice?, ella no se merecía que le haga algo así"... y te sientes muy mal, con todo el rigor de la culpa a tus espaldas. Pero la fidelidad también es hormonal: La Oxitocina es la hormona de la monogamia y la confianza. Gracias a ella somos incapaces de desear a alguien más cuando estamos profundamente enamoradas, ya que ayuda a crear fuertes lazos afectivos con la pareja. Se la llama también "la hormona del amor".


¿Pero que es lo que está mal cuando tu pareja te dá todo lo que necesitas y aún así eres infiel?

Estar en pareja es la mayor felicidad que puede haber -si te toca alguien que sepa respetarte- pero, siempre existe una pequeña envidia hacia las personas solteras. Envidia de que son libres para estar con quienes quieran. Para irse de parranda y volver con alguien que te has levantado en una disco y disfrutar una noche salvaje con ella. Si bien una relación de pareja puede ser satisfactoria porque tienes a la mujer que amas a tu lado, no deja de existir ese pequeño malestar de que no eres libre. De que le debes fidelidad a alguien y tu instinto de cazadora de mujeres está resignado a quedar anulado mientras dure tu relación. Es un sentimiento de que estás felizmente emparejada, pero bien jodida.

Es que no siempre se es infiel porque algo vaya mal en la pareja. Al contrario, puedes estar muy satisfecha con tu relación pero sensillamente no puedes ser fiel, porque ves a una hermosa mujer que se te insinúa y no eres capaz de resistirte. Aprovechas todas las ocaciones que se presenten. Por instinto sexual, porque te gusta el sexo como mero deporte, o porque es una forma de mantenerte con energía renovada. No significa nada, -solo un polvete ocasional del cual te olvidas apenas llegas a tu casa-, y claro, vuelves a los brazos de tu novia porque ella sí es la mujer de tu vida y no quieres saber nada con dejarla, porque es la que te entiende, te cuida, te mima, y sabe como llevarte. Lo otro es pues, un mero ejercicio para quitarte el estrés. Usar y tirar. O sea nada.

Hay gente que puede comprender la infidelidad como hay otras que no.

martes, 3 de marzo de 2009

Marge Simpson tuvo su primer beso lésbico

Marge Simpson se deshace de los prejuicios y besa a otra mujer.


Aunque es conocida por su particular estilo casi conservador (algo que le trae muchas complicaciones a Homero), en el capítulo de ayer -emitido en Estados Unidos- Marge Simpson echó por la borda los prejuicios y se animó a un beso lésbico con una de sus amigas.

La escena tuvo lugar en el living de la familia más conocida de Springfield. Pero a decir verdad, sólo se trató de la imaginación de Homero confundido por la cerveza...

Ya en 2005, Patty Bouvier, hermana de Marge, salió del clóset en la serie y reveló no sólo ser lesbiana sino también estar comprometida con una golfista que terminó siendo un fraude.

Hace veinte años, en sus comienzos, hubiera sido impensado que Los Simpsons mostraran un beso lésbico, aun cuando la serie se vislumbraba como más irreverente y atrevida que los convencionales dibujos animados a los que la audiencia estaba acostumbrada.

Y si bien es cierto que el beso lésbico de Marge es sólo un divague de Homero, el hecho de que se vean este tipo de escenas en una serie tan popular demuestra que la amarilla familia se ha ido adaptando sus libretos al correr de los tiempos con situaciones que, hoy en día, no son más que parte de la vida diaria.

lunes, 2 de marzo de 2009

Strawberry Panic!, el animé más lésbico existente.

Strawberry Panic! es una serie de animé 100% lésbico, que les recomiendo ya que reúne lo que a todas las lesbianas nos gusta ver: el romance y parejas entre mujeres. Lo mejor de todo es que no hay hombres -ninguno- :D:D y toda la actividad transcurre en tres escuelas de mujeres donde Aoi Nagisa (la pelirroja) es transferida ya que sus padres se van a vivir al extranjero y la internan allí.

Apenas llega conoce a la representante de las tres escuelas, Hanazono Shizuma, también conocida como étoile (la de cabello largo). Al principio Shizuma tiene una actitud depredadora y la acosa constantemente pero a medida que avanza la serie termina enamorándose de Nagisa.

Les dejo un video que me he tomado el arduo trabajito de producirlo y colgarlo en Youtube, pero valió la pena el esfuerzo ya que me gusta como quedó y por eso quiero compartirlo con todas. Se llama "Eres mía" y trata sobre el deseo sexual que tiene Shizuma y Tamao-chan (su compañera de habitación), hacia Nagisa.

Pueden bajar la serie completa, en total son 26 episodios, en este [[Link]]

jueves, 26 de febrero de 2009

¿Con qué se excitan las mujeres?


Un hombre siempre es muy visual, con solo ver una película porno, o ver mujeres desnudas (si es hetero), o ver hombres desnudos (si es gay), inmediatamente ya está excitado.

¿Pero las mujeres exactamente con qué se excitan? Y no me refiero a una excitación leve sino a la pura calentura que las lleve a "mojarse" y a desear hacer el amor en ese mismo momento.

Cada mujer es un mundo distinto y su manera de levantar temperatura extrema tiene que ver con distintos objetos de deseo.

Las mujeres lesbianas generalmente no se sienten idenficadas ni exitadas al ver peliculas pornos de temática lésbica, ya que esas películas más que eróticas son "ciencia ficción". Las actrices no parecen lesbianas (sino prostitutas); no se visten como lesbianas; no follan como lesbianas (basta ver las tremendas uñas que tienen; mientras que es bien sabido que a nosotras nos gusta masturbar a nuestra chica usando los dedos y penetrando en su vagina para estimularla y llevarla al orgasmo).

Una lesbiana además no suele usar esa ropa de puta callejera llena de encajes, portaligas, tacones altos, etc... con que siempre aparecen ataviadas las actrices pornográficas. ¿Esto nos resulta excitante? NO. porque las prostitutas no nos calientan en absoluto. Al menos, a mí no.


Después de leer muchos artículos sobre este tema para hacer un paquete de concluciones, encontré que las lesbianas se excitan más con:
  • Películas que tienen una historia de amor entre mujeres y escenas de seducción muy sensuales entre ambas. La manera en que esa pareja se van enamorando y se presumen mutuamente es mejor percibido y despierta más morbo que el sexo en sí mismo.

  • Fantasías sexuales prohibidas que surgen inconcientemente, pero que en la vida real jamás la harían. Cuanto más sucia es la fantasía más se excitan y se mojan. (esto es tremendamente amplio segun la mente de cada una, va desde ver bonobos follando hasta imaginarse ser violada en una cárcel de mujeres, mujeres policías, etc..)
  • El fetichismo
  • Lo prohibido y lo inalcanzable
  • El porno GAY. Increíble, pero sí. Es raro pero a muchas lesbianas les calienta ver a dos gays en pleno "mete y saca", y no porque quieran ver penes, sino porque les gusta ver la homosexualidad en plena acción.

Las mujeres bisexuales se erotizan con uno u otro sexo indistintamente. Son las que cumplen casi la mayoría de todas sus fantasías sexuales.

Las mujeres heteros a su vez, no suelen excitarse viendo pornografía heterosexual ya que no se sienten idenficadas al ver a otras mujeres como objeto sexual. No les excita la pornografía gay masculina, y el porno lésbico les despierta curiosidad pero no al punto de mojarse. Algo bien raro: que se calientan más viendo desnudos de mujeres en vez de hombres. Lo que suele erotizarlas también, son hombres con dinero y poderosos que les dan seguridad.

Por supuesto que siempre hay excepciones a toda regla y estos estudios son en base a sondeos y encuestas generales.

¿interesante, verdad? déjanos saber tu opinión sobre este tema ^^

Oprah Winfrey ¿lesbiana?

La conductora del Talk Show más importante de los Estados Unidos, saldría del armario al terminar el ciclo.

La noticia salió publicada en el sitio web de Ian Halperin, el periodista que se hizo pasar por actor porno para introducirse en la cienciología (la religión de Travolta y Tom Cruise) y contar después todas las barbaridades que descubrió en su libro “Hollywood undercover”. Desde sus notas amarillistas, destroza la vida privada de los famosos y los pone en evidencia.

La última famosa investigada, es la conductora mas importante de la televisión americana de los últimos 20 años, Oprah Winfrey. Para tener una idea, se dice, que su poder es tal, que hay quienes aseguran que es la responsable de que el presidente Obama este sentado en el sillón de Washington.

Según los ultimos articulos del periodista, Oprah esta contemplando sériamente la posibilidad de salir del armario una vez que haya dejado su “Talk Show”. Aparentemente, Winfrey estaría en pareja con Gayle King, su mejor amiga desde tiempos inmemoriales. Esta ´última se caso y se divorcio, no sin antes tener dos hijos de los que Oprah es madrina.

Oprah nunca se ha casado. Los rumores sobre la pareja han ido y venido; pero cuando a principios de los 90 se volvieron excesivos, Oprah anunció que estaba comprometida con Stedman Graham, hombre de negocios con el que finalmente no llegó a casarse. Al final declararon haber optado por una unión más espiritual.

Hace uno años, ambas desmintieron su lesbianismo en la revista de Oprah, Gayle dijo que si ellas fueran lesbianas lo dirían, porque no hay nada malo en serlo, para luego añadir: “si Oprah fuera un hombre, me casaría con él”.


Fuente: AgMagazine

domingo, 22 de febrero de 2009

Una radio solo para lesbianas

Nacieron sólo por ocio, y no tienen inconveniente en reconocerlo. Amigas que buscaban "algo que hacer" y que iniciaron un proyecto radial que hoy suma a cientos de auditoras que se declaran "adictas" a los variados contenidos de un medio, que según sus creadoras, ha ampliado su público. Con ustedes las locutoras de Radio Adictas.

Para Tamara las cosas no dieron fáciles en julio del año que se acaba. Más que nada porque en ese mes quedó sin trabajo. No se desesperó mucho y echó mano a la creatividad. Buscando "algo que hacer" le propuso a su amiga Javiera armar un proyecto que las entusiasmara a las dos. Así, nació la Radio Adictas de la mano de ellas dos que hoy se hacen llamar DJOdiosa (Tamara) y DjJotita (Javiera).

Ambas jóvenes formaron un pequeño grupo y crearon su marca y llamativo eslogan: "Para fletas como tú".

"Cada día que pasaba se tornaba más entretenido e interesante así que empezamos a ordenarnos y ver cómo canalizar todo esto", dice Tamara.

Luego comenzaron a preocuparse del aspecto técnico, cosa fundamental para una naciente radio que se escucharía a través de internet. Tamara cuenta que ese formato nació de forma muy básica: música programada durante el día con algunos saludos y mensajes que enviaban las y los radio escuchas "y con los días ya empezamos a hablar más hasta estar casi todo el día transmitiendo. Ahí creamos los primeros programas que fueron "Heterofobica feminista" con DJotita y "Alborotando las lelas" con DjODioSa.

Tampoco se hicieron problema con el espacio. Indican que al principio transmitían desde sus propias casas, con una banda ancha de dos megas "sólo nos podían escuchar como máximo 20 personas, más de eso la radio se caía asi que arrendamos una Shell (hosting para Radios online) para 100 oyentes y de esta forma transmitir masivamente".

Crearon un sitio Web para que sus auditoras donde puedan escuchar la radio, ver fotos y vídeos de eventos. Abrieron una dirección en Facebook y Fotolog y prontamente,también inaugurarán un podcast como parte del lanzamiento 2009 de la radio.

"Como te mencioné antes partió por ocio, pero con los días esto fue tornándose una idea única y llena de expectativas, mujeres lesbianas entusiasmadas por contar historias, dar y recibir consejos, escuchar a las demás, compartir gustos, ideas, etc.. Nos dimos cuenta que el público respondía al llamado de la radio y cada día éramos más escuchadas y también comentadas", señala Tamara.

Añade que la radio fue un efecto bola de nieve "y creo que aun nos sorprende un poco lo masivo que se ha hecho con el tiempo".

El objetivo de estas amigas no es dificil de imaginar. Ellas quieren crear espacios entretenidos para las lesbianas "su publico objetivo en un principio fueron “mujeres homosexuales”, pero con el tiempo se fue integrando publico masculino que también es muy potente y masivo, con esto me refiero a héteros y homosexuales".

Eso si hacen la aclaración que ellas no dejan de lado a su público princopal. "Incluso el logo de la radio dice claramente que está dedicada a mujeres, pero también hemos hecho espacios y logrando lazos para los demás oyentes, hombres gay y personas hétero".

¿Cuál es la evaluación que hacen? "Podemos decir que fue uno de los mejores proyectos en los que nos hemos embarcado y que nos llena de orgullo por todo lo que hemos logrado. Estamos creando vínculos con cientos de homosexuales de nuestro país y también de afuera porque tenemos publico de Perú, Bolivia, México, Canadá, Estados Unidos y Argentina".

Dentro de la programación semanal de la radio, se encuentra según sus creadoras, para todos los gustos. Hablamos de entretención, música, arte, contingencia, noticias nacionales y programas de conversación.

"Empezamos en Internet por un tema de comodidad. Manejo gran parte de mi día con mi laptop por trabajo y estudio al igual que Javiera, así nos permite estar siempre pendientes de la radio. A largo plazo estamos manejando proyectos para ya crecer y poder ser un espacio radial, con programación las 24 horas del día, en formato FM, pero esto es algo a largo plazo. Tenemos metas más cercanas aún que cumplir como crecer, abrirnos espacio entre el público, realizar una gira por ciudades con fiestas de Radio Adictas y sobretodo, consolidarnos".

Dónde las puedes escuchar:

Web: http://www.radioadictas.com

Fotolog: http://www.fotolog.com/radio_adictas

Fuente: SentidoG

lunes, 16 de febrero de 2009

La verdadera cárcel está fuera de la prisión

Sara y Ana (con gorra), española y dominicana que forman pareja y que son internas de la cárcel de Meco (Madrid). - MÓNICA PATXOT

Las pasadas Navidades, la mayoría de las 640 mujeres que hay internas en la cárcel de Meco (Madrid) asistían a un espectáculo de circo dentro de la prisión. Entre el público, algunas chicas se hacían carantoñas y arrumacos, y se cogían de la mano sin esconderse. Sara y Ana, española y dominicana de 20 años, también mostraban sin problemas que forman una pareja sentimental. "Aquí nos respetamos todas, no hay problema, ninguna lesbiana se esconde. La verdadera cárcel está fuera de la prisión", explicó Sara.

Otra chica asistía al espectáculo de circo al lado de su pareja, una chica de pelo muy corto: "Es mi muchachito", repetía la primera acariciándole la cabeza.

Las lesbianas reclusas son más proclives a mostrar sus sentimientos dentro de las cárceles que los gays presos, según coinciden varias asociaciones que defienden los derechos de los homosexuales. Justo al contrario que lo que ocurre en la sociedad, donde en general la visibilidad del amor entre hombres está más aceptado que el de las mujeres. "Dentro de la cárcel, no hay ningún problema. Las chicas lesbianas son naturales y las que son heterosexuales se muestran tolerantes", afirma una funcionaria de prisiones de Meco.

Para Toni Poveda, presidente de la Federación Estatal de Gays, Lesbianas, Transexuales y Bisexuales (FELGTB), "el hecho de que las lesbianas se muestren más visibles dentro de la cárcel que fuera de ella tiene mucho que ver con el alto grado de respeto que tienen la mujeres en general hacia la homosexualidad o la transexualidad".

Esta visión la comparte Rosario, la madre de Sara, que vive "con normalidad" el hecho de que su hija sea lesbiana y de que mantenga una relación con otra mujer dentro de la prisión de Meco. "Ella ya nos contó mucho antes de entrar en la cárcel que era lesbiana y no nos importó en absoluto. Cuando la hemos ido a visitar, la hemos visto contenta y nos ha presentado a su novia", explica Rosario, que se declara "una mujer progresista".

Cartas con una mujer

Sin embargo, el panorama cambia radicalmente en las cárceles masculinas, según constatan las asociaciones de homosexuales y algunos presos. Jorge (nombre ficticio) es gay y estuvo preso en una cárcel de la Comunidad Valenciana. "Allí tuve que fingir que tenía una relación con una mujer con la me carteaba porque no quería que supiesen que me gustan los hombres", afirma.

En cambio, René Gerónimo, mexicano de 24 años que cumple condena por tráfico de drogas, pasea sin problemas su condición sexual por la cárcel de Mansilla de las Mulas (León), donde conoció a su novio. "Cuando ingresas en prisión, al principio te escondes; pero al pasar los días, te va dando igual y al final lo sacas", afirma Gerónimo, que reconoce que su caso de salida del armario en prisión es "excepcional".

Módulos de respeto

René nunca se ha sentido acosado ni ha sufrido agresiones por ser gay, aunque es cierto que en la cárcel de Mansilla ha permanecido la mayor parte del tiempo en los llamados módulos de respeto, unos lugares de "convivencia pacífica" , según los calificó Mercedes Gallizo, la directora de Instituciones Penitenciarias, donde se ofrece a los internos recursos formativos y laborales, y donde se ingresa de manera voluntaria y por buen comportamiento.

Las asociaciones de gays y lesbianas no tienen un registro de agresiones o discriminaciones por razón de sexo dentro de las cárceles. "Nosotros sólo hemos intervenido sobre la situación de las personas transexuales privadas de libertad que se encontraban en módulos no acordes con su identidad sexual y encontramos una buena recepción por parte de instituciones penitenciarias, que emitió una circular para garantizar que se respetaría su identidad sexual", señala Poveda.

Desde la Fundación Triángulo, José Luis López reconoce también que no ha tratado en profundidad el tema del lesbianismo en prisión. "Mi impresión cuando he estado en los centro penitenciarios es que hay una gran tolerancia a la homosexualidad y es que legalmente tampoco los reclusos ni los funcionarios pueden hacer otra cosa porque, aunque fueran homofobos, estarían incurriendo en un delito", agrega.

Estrategia

Se ha profundizado tan poco sobre el tema de la opción sexual en las prisiones (y mucho menos sobre el lesbianismo) que ni siquiera la FELGTB ni tampoco la Fundación Triángulo tienen una estrategia definida, aunque desde la Federación de Gays su presidente asegura que el tema será incluido en la próxima ponencia del congreso que la asociación celebrará el próximo mes de abril.

Por lo menos, López se congratula de que las cosas, algo, hayan cambiado. "Hace dos décadas, las personas homosexuales no podían mostrar su condición sexual y menos si eran jóvenes, pues esto podría llevarles a un continuo acoso por parte de otros reclusos", asegura el portavoz de la Fundación Triángulo.

No todo son cosas que quedan por hacer. La FELGTB quiere destacar que desde hace años el colectivo Lambda de Valencia, asociado suyo, organiza durante la celebración del Orgullo Gay un día en las prisiones el que se hacen actividades que tiene que ver con la homosexualidad. "Se proyectan películas, hay debates con los internos, talleres de sexo más seguro La respuesta siempre es muy positiva por parte de los reclusos", concluye Poveda.

Fuente: Público.es

domingo, 15 de febrero de 2009

Confirman que Batichica es lesbiana


Desde su aparición en la década del 50, se desconocía la orientación sexual de la heroína. Esta semana, el guionista de la empresa DC Comics, Greg Rucka, confirmó la homosexualidad del personaje.

ESTADOS UNIDOS, Febrero 13 (ANDigital) Desde su aparición en la década del 50, Batichica acompañó al superhéroe Batman en la lucha contra el crimen organizado, pero no en la parte sentimental. Esta semana, DC Comics, la compañía que tiene los derechos sobre la heroína confirmó su orientación sexual: lesbiana.

Greg Rucka, guionista de DC Comics explicó: "Sí, es lesbiana. Es un elemento más de su personalidad, pero no es su personalidad. Si la gente va a tener un problema con ello, es asunto suyo”.

En el día, ella trabaja para el departamento de policía actualizando los archivos criminales, y por la noche, combate en los bajos fondos como Batichica, en un principio haciéndose pasar por Batman, hasta ser descubierta por Robin.

Tras la muerte de Batman en noviembre de 2008, Batichica llega para ocupar su lugar en la lucha contra el crimen que se desata en Ciudad Gótica. Aparecerá en al menos 12 entregas a partir de junio.

Greg Rucka agregó que en las nuevas historias también estará presente la Batiniña, que en el pasado fue sobrina de la heroína, aunque esta vez sin dar detalles sobre su relación. (ANDigital)
Fuente: ANDigital

sábado, 14 de febrero de 2009

Lesbiana iraní recibe asilo politico en Gran Bretaña


Una mujer lesbiana oriunda de Irán ha logrado conseguir asilo político en el Reino Unido luego de una batalla legal de tres años.

En el día de ayer se confirmó que a Pegah Emambakhsh se le permitirá la permanencia en Gran Bretaña.

La mujer iraní de 42 años de edad comenzó a solicitar el asilo en el año 2005.

Emambakhsh escapó de su país luego de que su pareja fuese arrestada, torturada y sentenciada a muerte.

Su padre también fue arrestado, interrogado y torturado para brindara información acerca del paradero de su hija.

La solicitud de asilo político fue denegada por la Agencia de Inmigraciones del Reino Unido (BIA), a pesar de sus repetidas apelaciones.

Emambakhsh fue arrestada en la ciudad de Sheffield en agosto del año 2007 y trasladada al Yarls Wood Immigration Removal Centre de Bedfordshire.

Estaba a punto de ser deportada cuando su remoción del Reino Unido fue detenida por la intervención del miembro del parlamento de Sheffield, Richard Caborn.

Su orientación sexual y su pasado en Irán hubiesen logrado su ejecución si era enviada de regreso a su país.

Muchas mujeres lesbianas y hombres gays han sido ejecutados en Irán desde que los Ayatollahs tomaron el poder en el año 1979.

De acuerdo a la organización de derechos humanos de la comunidad gay Outrage: "La República Islámica de Irán es cualitativamente más homofóbica que cualquier otro lugar del mundo".

Fuente: SentidoG

lunes, 9 de febrero de 2009

Apasionado beso de Lucy Lawless con una cantante :)

Hola mis niñas :D Este video se los dejo de regalo para todas, -especialmente para las que son fans de Xena y Lucy Lawless-^_^

Seguramente lo disfrutarán tanto como yo, que me encanta ver a Lucy en un plano tan lésbico y saboreando el profundo beso que le dá a una cantante con la que interpreta a dúo "The Power of Love".

Ojala alguna vez se anime a hacer lo mismo con Reneé O'Connor... Disfrútenlo ;)

Fuente: lucy lawless fan club

martes, 3 de febrero de 2009

Una lesbiana se convirtió en la cara de Avon


Avon y lesbianas no son dos palabras que uno esperaría escuchar en la misma oración. Pero eso es solamente para aquellos que no conocen a Daryn DeZengotita.

DeZengotita, oriunda de Dallas, es una de las cinco representantes de ventas de Avon elegidas hace dos años para convertirse en los "rostros de Avon" alrededor del mundo mediante una campaña de marketing y publicidad. Y ahora, ese comercial tuvo una de las audiencias televisivas más grandes del año cuando salió al aire el pasado domingo 1° de febrero durante el Super Bowl, el popular evento anual del fútbol americano.

"Fue hace casi dos años que audicioné y fui seleccionada para formar parte de una serie de avisos publicitarios para Avon", declaró DeZengotita la semana pasada. "Hay un millón de representantes de Avon en los Estados Unidos. Cincuenta de ellas fueron preseleccionadas en las audiciones y diez de nosotras fuimos elegidas para participar en los comerciales."

De las diez mujeres seleccionadas para los comerciales, cinco de ellas fueron elegidas para formar parte de la campaña de marketing global de Avon cuya intención es la de reclutar representantes de ventas en todo el mundo. DeZengotita es una de esas cinco mujeres.

El pasado otoño boreal, ella y otra de las mujeres fueron contactadas para regresar al estudio a filmar más escenas para una nueva versión del comercial.

DeZengotita comentó que está comenzando su octavo año como representante de ventas de Avon y que comenzó a trabajar para la empresa de cosméticos como una manera de tener un ingreso que le permitiera pasar más tiempo con su pareja, Celia Barshop y sus dos hijos adoptivos de 7 y 8 años de edad.

"Es la típica historia de Avon", relató DeZengotita. "Yo tenía mi propio negocio en la industria de la tecnología. Pero luego mi pareja y yo adoptamos a nuestros hijos y me di cuenta de que necesitaba un oficio mucho más flexible. En mi antiguo negocio, si el e-mail de mis clientes dejaba de funcionar y yo no se lo reparaba inmediatamente porque tenía a uno de los chicos enfermos, no era algo que los ponía muy contentos. Ahora, si no puedo entregarle el lápiz labial a una clienta porque tengo que estar en casa porque uno de mis hijos está enfermo, ellas lo entienden".

Gracias a su labor en la campaña publicitaria de Avon, DeZengotita es un "rostro" muy prominente para la compañía. Sin embargo, ¿ha sido su orientación sexual un impedimento para avanzar dentro de la empresa? Según ella, “absolutamente no”.

"Cuando me presenté a las primeras audiciones, nos tenían a todas en una sala de espera hasta que llegara nuestro turno. Cada vez que una de las participantes terminaba su prueba y volvía a salir, todas preguntábamos: '¿Qué clase de preguntas te hicieron? ¿Qué es lo que quieren saber?' Y ellas decían: 'Bueno, me hicieron muchas preguntas acerca de mi familia, cosas como qué hace mi esposo y que tan involucrado está con mi trabajo en Avon'."

"Cuando escuché eso, me preocupé. Sin embargo, cuando fue mi turno de entrar a la audición, lo primero que dije fue: 'Soy gay y no soy cuidadosa con los pronombres'. Inmediatamente comenzaron a reírse. Me hicieron toda clase de preguntas acerca de mi familia, de mi pareja y de mis hijos", recordó DeZengotita. "Mi orientación sexual no fue ningún problema y en ningún momento dudaron en presentarme como la cara de Avon alrededor del mundo".

Fuente: SentidoG

domingo, 1 de febrero de 2009

What Do Women Want?


This is an article that appeared in the New York Times magazine. (NYT article)


If this is too much English to plough through, you can probably get Google to translate by searching for "What Do Women Want? New York Times magazine".


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Meredith Chivers is a creator of bonobo pornography. She is a 36-year-old psychology professor at Queen’s University in the small city of Kingston, Ontario, a highly regarded scientist and a member of the editorial board of the world’s leading journal of sexual research, Archives of Sexual Behavior. The bonobo film was part of a series of related experiments she has carried out over the past several years. She found footage of bonobos, a species of ape, as they mated, and then, because the accompanying sounds were dull — “bonobos don’t seem to make much noise in sex,” she told me, “though the females give a kind of pleasure grin and make chirpy sounds” — she dubbed in some animated chimpanzee hooting and screeching. She showed the short movie to men and women, straight and gay. To the same subjects, she also showed clips of heterosexual sex, male and female homosexual sex, a man masturbating, a woman masturbating, a chiseled man walking naked on a beach and a well-toned woman doing calisthenics in the nude.


While the subjects watched on a computer screen, Chivers, who favors high boots and fashionable rectangular glasses, measured their arousal in two ways, objectively and subjectively. The participants sat in a brown leatherette La-Z-Boy chair in her small lab at the Center for Addiction and Mental Health, a prestigious psychiatric teaching hospital affiliated with the University of Toronto, where Chivers was a postdoctoral fellow and where I first talked with her about her research a few years ago. The genitals of the volunteers were connected to plethysmographs — for the men, an apparatus that fits over the penis and gauges its swelling; for the women, a little plastic probe that sits in the vagina and, by bouncing light off the vaginal walls, measures genital blood flow. An engorgement of blood spurs a lubricating process called vaginal transudation: the seeping of moisture through the walls. The participants were also given a keypad so that they could rate how aroused they felt.

The men, on average, responded genitally in what Chivers terms “category specific” ways. Males who identified themselves as straight swelled while gazing at heterosexual or lesbian sex and while watching the masturbating and exercising women. They were mostly unmoved when the screen displayed only men. Gay males were aroused in the opposite categorical pattern. Any expectation that the animal sex would speak to something primitive within the men seemed to be mistaken; neither straights nor gays were stirred by the bonobos. And for the male participants, the subjective ratings on the keypad matched the readings of the plethysmograph. The men’s minds and genitals were in agreement.

All was different with the women. No matter what their self-proclaimed sexual orientation, they showed, on the whole, strong and swift genital arousal when the screen offered men with men, women with women and women with men. They responded objectively much more to the exercising woman than to the strolling man, and their blood flow rose quickly — and markedly, though to a lesser degree than during all the human scenes except the footage of the ambling, strapping man — as they watched the apes. And with the women, especially the straight women, mind and genitals seemed scarcely to belong to the same person. The readings from the plethysmograph and the keypad weren’t in much accord. During shots of lesbian coupling, heterosexual women reported less excitement than their vaginas indicated; watching gay men, they reported a great deal less; and viewing heterosexual intercourse, they reported much more. Among the lesbian volunteers, the two readings converged when women appeared on the screen. But when the films featured only men, the lesbians reported less engagement than the plethysmograph recorded. Whether straight or gay, the women claimed almost no arousal whatsoever while staring at the bonobos.

“I feel like a pioneer at the edge of a giant forest,” Chivers said, describing her ambition to understand the workings of women’s arousal and desire. “There’s a path leading in, but it isn’t much.” She sees herself, she explained, as part of an emerging “critical mass” of female sexologists starting to make their way into those woods. These researchers and clinicians are consumed by the sexual problem Sigmund Freud posed to one of his female disciples almost a century ago: “The great question that has never been answered and which I have not yet been able to answer, despite my 30 years of research into the feminine soul, is, What does a woman want?”

Full of scientific exuberance, Chivers has struggled to make sense of her data. She struggled when we first spoke in Toronto, and she struggled, unflagging, as we sat last October in her university office in Kingston, a room she keeps spare to help her mind stay clear to contemplate the intricacies of the erotic. The cinder-block walls are unadorned except for three photographs she took of a temple in India featuring carvings of an entwined couple, an orgy and a man copulating with a horse. She has been pondering sexuality, she recalled, since the age of 5 or 6, when she ruminated over a particular kiss, one she still remembers vividly, between her parents. And she has been discussing sex without much restraint, she said, laughing, at least since the age of 15 or 16, when, for a few male classmates who hoped to please their girlfriends, she drew a picture and clarified the location of the clitoris.

In 1996, when she worked as an assistant to a sexologist at the Center for Addiction and Mental Health, then called the Clarke Institute of Psychiatry, she found herself the only woman on a floor of researchers investigating male sexual preferences and what are known as paraphilias — erotic desires that fall far outside the norm. She told me that when she asked Kurt Freund, a scientist on that floor who had developed a type of penile plethysmograph and who had been studying male homosexuality and pedophilia since the 1950s, why he never turned his attention to women, he replied: “How am I to know what it is to be a woman? Who am I to study women, when I am a man?”

Freund’s words helped to focus her investigations, work that has made her a central figure among the small force of female sexologists devoted to comprehending female desire. John Bancroft, a former director of the Kinsey Institute for Research in Sex, Gender and Reproduction, traces sexological studies by women at least as far back as 1929, to a survey of the sexual experiences of 2,200 women carried out by Katharine Bement Davis, a prison reformer who once served as New York City’s first female commissioner of corrections. But the discipline remains male-dominated. In the International Academy of Sex Research, the 35-year-old institution that publishes Archives of Sexual Behavior and that can claim, Bancroft said, most of the field’s leading researchers among its 300 or so members, women make up just over a quarter of the organization. Yet in recent years, he continued, in the long wake of the surveys of Alfred Kinsey, the studies of William Masters and Virginia Johnson, the sexual liberation movement and the rise of feminism, there has been a surge of scientific attention, paid by women, to illuminating the realm of women’s desire.

It’s important to distinguish, Julia Heiman, the Kinsey Institute’s current director, said as she elaborated on Bancroft’s history, between behavior and what underlies it. Kinsey’s data on sexuality, published in the late 1940s and early ’50s in his best-selling books “Sexual Behavior in the Human Male” and “Sexual Behavior in the Human Female,” didn’t reveal much about the depths of desire; Kinsey started his scientific career by cataloging species of wasps and may, Heiman went on, have been suspicious of examining emotion. Masters and Johnson, who filmed hundreds of subjects having sex in their lab, drew conclusions in their books of the late ’60s and early ’70s that concentrated on sexual function, not lust. Female desire, and the reasons some women feel little in the way of lust, became a focal point for sexologists, Heiman said, in the ’70s, through the writing of Helen Singer Kaplan, a sex therapist who used psychoanalytic methods — though sexologists prefer to etch a line between what they see as their scientific approach to the subject and the theories of psychoanalysis. Heiman herself, whom Chivers views as one of sexology’s venerable investigators, conducted, as a doctoral candidate in the ’70s, some of the earliest research using the vaginal plethysmograph. But soon the AIDS epidemic engulfed the attention of the field, putting a priority on prevention and making desire not an emotion to explore but an element to be feared, a source of epidemiological disaster.

To account partly for the recent flourishing of research like Chivers’s, Heiman pointed to the arrival of Viagra in the late ’90s. Though aimed at men, the drug, which transformed the treatment of impotence, has dispersed a kind of collateral electric current into the area of women’s sexuality, not only generating an effort — mostly futile so far — to find drugs that can foster female desire as reliably as Viagra and its chemical relatives have facilitated erections, but also helping, indirectly, to inspire the search for a full understanding of women’s lust. This search may reflect, as well, a cultural and scientific trend, a stress on the deterministic role of biology, on nature’s dominance over nurture — and, because of this, on innate differences between the sexes, particularly in the primal domain of sex. “Masters and Johnson saw men and women as extremely similar,” Heiman said. “Now it’s research on differences that gets funded, that gets published, that the public is interested in.” She wondered aloud whether the trend will eventually run its course and reverse itself, but these days it may be among the factors that infuse sexology’s interest in the giant forest.

“No one right now has a unifying theory,” Heiman told me; the interest has brought scattered sightlines, glimpses from all sorts of angles. One study, for instance, published this month in the journal Evolution and Human Behavior by the Kinsey Institute psychologist Heather Rupp, uses magnetic resonance imaging to show that, during the hormonal shifts of ovulation, certain brain regions in heterosexual women are more intensely activated by male faces with especially masculine features. Intriguing glimmers have come not only from female scientists. Richard Lippa, a psychologist at California State University, Fullerton, has employed surveys of thousands of subjects to demonstrate over the past few years that while men with high sex drives report an even more polarized pattern of attraction than most males (to women for heterosexuals and to men for homosexuals), in women the opposite is generally true: the higher the drive, the greater the attraction to both sexes, though this may not be so for lesbians.

Investigating the culmination of female desire, Barry Komisaruk, a neuroscientist at Rutgers University, has subjects bring themselves to orgasm while lying with their heads in an fM.R.I. scanner — he aims to chart the activity of the female brain as subjects near and reach four types of climax: orgasms attained by touching the clitoris; by stimulating the anterior wall of the vagina or, more specifically, the G spot; by stimulating the cervix; and by “thinking off,” Komisaruk said, without any touch at all. While the possibility of a purely cervical orgasm may be in considerable doubt, in 1992 Komisaruk, collaborating with the Rutgers sexologist Beverly Whipple (who established, more or less, the existence of the G spot in the ’80s), carried out one of the most interesting experiments in female sexuality: by measuring heart rate, perspiration, pupil dilation and pain threshold, they proved that some rare women can think themselves to climax. And meanwhile, at the Sexual Psychophysiology Laboratory of the University of Texas, Austin, the psychologist Cindy Meston and her graduate students deliver studies with names like “Short- and long-term effects of ginkgo biloba extract on sexual dysfunction in women” and “The roles of testosterone and alpha-amylase in exercise-induced sexual arousal in women” and “Sex differences in memory for sexually relevant information” and — an Internet survey of 3,000 participants — “Why humans have sex.”

Heiman questions whether the insights of science, whether they come through high-tech pictures of the hypothalamus, through Internet questionnaires or through intimate interviews, can ever produce an all-encompassing map of terrain as complex as women’s desire. But Chivers, with plenty of self-doubting humor, told me that she hopes one day to develop a scientifically supported model to explain female sexual response, though she wrestles, for the moment, with the preliminary bits of perplexing evidence she has collected — with the question, first, of why women are aroused physiologically by such a wider range of stimuli than men. Are men simply more inhibited, more constrained by the bounds of culture? Chivers has tried to eliminate this explanation by including male-to-female transsexuals as subjects in one of her series of experiments (one that showed only human sex). These trans women, both those who were heterosexual and those who were homosexual, responded genitally and subjectively in categorical ways. They responded like men. This seemed to point to an inborn system of arousal. Yet it wasn’t hard to argue that cultural lessons had taken permanent hold within these subjects long before their emergence as females could have altered the culture’s influence. “The horrible reality of psychological research,” Chivers said, “is that you can’t pull apart the cultural from the biological.”

Still, she spoke about a recent study by one of her mentors, Michael Bailey, a sexologist at Northwestern University: while fM.R.I. scans were taken of their brains, gay and straight men were shown pornographic pictures featuring men alone, women alone, men having sex with men and women with women. In straights, brain regions associated with inhibition were not triggered by images of men; in gays, such regions weren’t activated by pictures of women. Inhibition, in Bailey’s experiment, didn’t appear to be an explanation for men’s narrowly focused desires. Early results from a similar Bailey study with female subjects suggest the same absence of suppression. For Chivers, this bolsters the possibility that the distinctions in her data between men and women — including the divergence in women between objective and subjective responses, between body and mind — arise from innate factors rather than forces of culture.

Chivers has scrutinized, in a paper soon to be published in Archives of Sexual Behavior, the split between women’s bodies and minds in 130 studies by other scientists demonstrating, in one way or another, the same enigmatic discord. One manifestation of this split has come in experimental attempts to use Viagra-like drugs to treat women who complain of deficient desire.

By some estimates, 30 percent of women fall into this category, though plenty of sexologists argue that pharmaceutical companies have managed to drive up the figures as a way of generating awareness and demand. It’s a demand, in any event, that hasn’t been met. In men who have trouble getting erect, the genital engorgement aided by Viagra and its rivals is often all that’s needed. The pills target genital capillaries; they don’t aim at the mind. The medications may enhance male desire somewhat by granting men a feeling of power and control, but they don’t, for the most part, manufacture wanting. And for men, they don’t need to. Desire, it seems, is usually in steady supply. In women, though, the main difficulty appears to be in the mind, not the body, so the physiological effects of the drugs have proved irrelevant. The pills can promote blood flow and lubrication, but this doesn’t do much to create a conscious sense of desire.

Chivers isn’t especially interested at this point, she said, in pharmaceutical efforts in her field, though she has done a bit of consulting for Boehringer Ingelheim, a German company in the late stages of testing a female-desire drug named Flibanserin. She can’t, contractually, discuss what she describes as her negligible involvement in the development of the drug, and the company isn’t prepared to say much about the workings of its chemical, which it says it hopes to have approved by the Food and Drug Administration next year. The medication was originally meant to treat depression — it singles out the brain’s receptors for the neurotransmitter serotonin. As with other such drugs, one worry was that it would dull the libido. Yet in early trials, while it showed little promise for relieving depression, it left female — but not male — subjects feeling increased lust. In a way that Boehringer Ingelheim either doesn’t understand or doesn’t yet want to explain, the chemical, which the company is currently trying out in 5,000 North American and European women, may catalyze sources of desire in the female brain.

Testosterone, so vital to male libido, appears crucial to females as well, and in drug trials involving postmenopausal women, testosterone patches have increased sexual activity. But worries about a possibly heightened risk of cancer, along with uncertainty about the extent of the treatment’s advantages, have been among the reasons that the approach hasn’t yet been sanctioned by the F.D.A.

Thinking not of the search for chemical aphrodisiacs but of her own quest for comprehension, Chivers said that she hopes her research and thinking will eventually have some benefit for women’s sexuality. “I wanted everybody to have great sex,” she told me, recalling one of her reasons for choosing her career, and laughing as she did when she recounted the lessons she once gave on the position of the clitoris. But mostly it’s the aim of understanding in itself that compels her. For the discord, in women, between the body and the mind, she has deliberated over all sorts of explanations, the simplest being anatomy. The penis is external, its reactions more readily perceived and pressing upon consciousness. Women might more likely have grown up, for reasons of both bodily architecture and culture — and here was culture again, undercutting clarity — with a dimmer awareness of the erotic messages of their genitals. Chivers said she has considered, too, research suggesting that men are better able than women to perceive increases in heart rate at moments of heightened stress and that men may rely more on such physiological signals to define their emotional states, while women depend more on situational cues. So there are hints, she told me, that the disparity between the objective and the subjective might exist, for women, in areas other than sex. And this disconnection, according to yet another study she mentioned, is accentuated in women with acutely negative feelings about their own bodies.

Ultimately, though, Chivers spoke — always with a scientist’s caution, a scientist’s uncertainty and acknowledgment of conjecture — about female sexuality as divided between two truly separate, if inscrutably overlapping, systems, the physiological and the subjective. Lust, in this formulation, resides in the subjective, the cognitive; physiological arousal reveals little about desire. Otherwise, she said, half joking, “I would have to believe that women want to have sex with bonobos.”

Besides the bonobos, a body of evidence involving rape has influenced her construction of separate systems. She has confronted clinical research reporting not only genital arousal but also the occasional occurrence of orgasm during sexual assault. And she has recalled her own experience as a therapist with victims who recounted these physical responses. She is familiar, as well, with the preliminary results of a laboratory study showing surges of vaginal blood flow as subjects listen to descriptions of rape scenes. So, in an attempt to understand arousal in the context of unwanted sex, Chivers, like a handful of other sexologists, has arrived at an evolutionary hypothesis that stresses the difference between reflexive sexual readiness and desire. Genital lubrication, she writes in her upcoming paper in Archives of Sexual Behavior, is necessary “to reduce discomfort, and the possibility of injury, during vaginal penetration. . . . Ancestral women who did not show an automatic vaginal response to sexual cues may have been more likely to experience injuries during unwanted vaginal penetration that resulted in illness, infertility or even death, and thus would be less likely to have passed on this trait to their offspring.”

Evolution’s legacy, according to this theory, is that women are prone to lubricate, if only protectively, to hints of sex in their surroundings. Thinking of her own data, Chivers speculated that bonobo coupling, or perhaps simply the sight of a male ape’s erection, stimulated this reaction because apes bear a resemblance to humans — she joked about including, for comparison, a movie of mating chickens in a future study. And she wondered if the theory explained why heterosexual women responded genitally more to the exercising woman than to the ambling man. Possibly, she said, the exposure and tilt of the woman’s vulva during her calisthenics was processed as a sexual signal while the man’s unerect penis registered in the opposite way.

When she peers into the giant forest, Chivers told me, she considers the possibility that along with what she called a “rudderless” system of reflexive physiological arousal, women’s system of desire, the cognitive domain of lust, is more receptive than aggressive. “One of the things I think about,” she said, “is the dyad formed by men and women. Certainly women are very sexual and have the capacity to be even more sexual than men, but one possibility is that instead of it being a go-out-there-and-get-it kind of sexuality, it’s more of a reactive process. If you have this dyad, and one part is pumped full of testosterone, is more interested in risk taking, is probably more aggressive, you’ve got a very strong motivational force. It wouldn’t make sense to have another similar force. You need something complementary. And I’ve often thought that there is something really powerful for women’s sexuality about being desired. That receptivity element. At some point I’d love to do a study that would look at that.”

The study Chivers is working on now tries to re-examine the results of her earlier research, to investigate, with audiotaped stories rather than filmed scenes, the apparent rudderlessness of female arousal. But it will offer too a glimpse into the role of relationships in female eros. Some of the scripts she wrote involve sex with a longtime lover, some with a friend, some with a stranger: “You meet the real estate agent outside the building. . . .” From early glances at her data, Chivers said, she guesses she will find that women are most turned on, subjectively if not objectively, by scenarios of sex with strangers.

Chivers is perpetually devising experiments to perform in the future, and one would test how tightly linked the system of arousal is to the mechanisms of desire. She would like to follow the sexual behavior of women in the days after they are exposed to stimuli in her lab. If stimuli that cause physiological response — but that do not elicit a positive rating on the keypad — lead to increased erotic fantasies, masturbation or sexual activity with a partner, then she could deduce a tight link. Though women may not want, in reality, what such stimuli present, Chivers could begin to infer that what is judged unappealing does, nevertheless, turn women on.

Lisa Diamond, a newly prominent sexologist of Chivers’s generation, looks at women’s erotic drives in a different way. An associate professor of psychology and gender studies at the University of Utah, with short, dark hair that seems to explode anarchically around her head, Diamond has done much of her research outside any lab, has focused a good deal of her attention outside the heterosexual dyad and has drawn conclusions that seem at odds with Chivers’s data about sex with strangers.

“In 1997, the actress Anne Heche began a widely publicized romantic relationship with the openly lesbian comedian Ellen DeGeneres after having had no prior same-sex attractions or relationships. The relationship with DeGeneres ended after two years, and Heche went on to marry a man.” So begins Diamond’s book, “Sexual Fluidity: Understanding Women’s Love and Desire,” published by Harvard University Press last winter. She continues: “Julie Cypher left a heterosexual marriage for the musician Melissa Etheridge in 1988. After 12 years together, the pair separated and Cypher — like Heche — has returned to heterosexual relationships.” She catalogs the shifting sexual directions of several other somewhat notable women, then asks, “What’s going on?” Among her answers, based partly on her own research and on her analysis of animal mating and women’s sexuality, is that female desire may be dictated — even more than popular perception would have it — by intimacy, by emotional connection.

Diamond is a tireless researcher. The study that led to her book has been going on for more than 10 years. During that time, she has followed the erotic attractions of nearly 100 young women who, at the start of her work, identified themselves as either lesbian or bisexual or refused a label. From her analysis of the many shifts they made between sexual identities and from their detailed descriptions of their erotic lives, Diamond argues that for her participants, and quite possibly for women on the whole, desire is malleable, that it cannot be captured by asking women to categorize their attractions at any single point, that to do so is to apply a male paradigm of more fixed sexual orientation. Among the women in her group who called themselves lesbian, to take one bit of the evidence she assembles to back her ideas, just one-third reported attraction solely to women as her research unfolded. And with the other two-thirds, the explanation for their periodic attraction to men was not a cultural pressure to conform but rather a genuine desire.

“Fluidity is not a fluke,” Diamond declared, when I called her, after we first met before a guest lecture she gave at Chivers’s university, to ask whether it really made sense to extrapolate from the experiences of her subjects to women in general. Slightly more than half of her participants began her study in the bisexual or unlabeled categories — wasn’t it to be expected that she would find a great deal of sexual flux? She acknowledged this. But she emphasized that the pattern for her group over the years, both in the changing categories they chose and in the stories they told, was toward an increased sense of malleability. If female eros found its true expression over the course of her long research, then flexibility is embedded in the nature of female desire.

Diamond doesn’t claim that women are without innate sexual orientations. But she sees significance in the fact that many of her subjects agreed with the statement “I’m the kind of person who becomes physically attracted to the person rather than their gender.” For her participants, for the well-known women she lists at the start of her book and for women on average, she stresses that desire often emerges so compellingly from emotional closeness that innate orientations can be overridden. This may not always affect women’s behavior — the overriding may not frequently impel heterosexual women into lesbian relationships — but it can redirect erotic attraction. One reason for this phenomenon, she suggests, may be found in oxytocin, a neurotransmitter unique to mammalian brains. The chemical’s release has been shown, in humans, to facilitate feelings of trust and well-being, and in female prairie voles, a monogamous species of rodent, to connect the act of sex to the formation of faithful attachments. Judging by experiments in animals, and by the transmitter’s importance in human childbirth and breast feeding, the oxytocin system, which relies on estrogen, is much more extensive in the female brain. For Diamond, all of this helps to explain why, in women, the link between intimacy and desire is especially potent.

Intimacy isn’t much of an aphrodisiac in the thinking of Marta Meana, a professor of psychology at the University of Nevada at Las Vegas. Meana, who serves with Chivers on the board of Archives of Sexual Behavior, entered the field of sexology in the late 1990s and began by working clinically and carrying out research on dyspareunia — women’s genital pain during intercourse. She is now formulating an explanatory model of female desire that will appear later this year in Annual Review of Sex Research. Before discussing her overarching ideas, though, we went together to a Cirque du Soleil show called “Zumanity,” a performance of very soft-core pornography that Meana mentioned to me before my visit.

On the stage of the casino’s theater, a pair of dark-haired, bare-breasted women in G-strings dove backward into a giant glass bowl and swam underwater, arching their spines as they slid up the walls. Soon a lithe blonde took over the stage wearing a pleated and extremely short schoolgirl’s skirt. She spun numerous Hula-Hoops around her minimal waist and was hoisted by a cable high above the audience, where she spread her legs wider than seemed humanly possible. The crowd consisted of men and women about equally, yet women far outnumbered men onstage, and when at last the show’s platinum-wigged M.C. cried out, “Where’s the beef?” the six-packed, long-haired man who climbed up through a trapdoor and started to strip was surrounded by 8 or 10 already almost-bare women.

A compact 51-year-old woman in a shirtdress, Meana explained the gender imbalance onstage in a way that complemented Chivers’s thinking. “The female body,” she said, “looks the same whether aroused or not. The male, without an erection, is announcing a lack of arousal. The female body always holds the promise, the suggestion of sex” — a suggestion that sends a charge through both men and women. And there was another way, Meana argued, by which the Cirque du Soleil’s offering of more female than male acrobats helped to rivet both genders in the crowd. She, even more than Chivers, emphasized the role of being desired — and of narcissism — in women’s desiring.

The critical part played by being desired, Julia Heiman observed, is an emerging theme in the current study of female sexuality. Three or four decades ago, with the sense of sexual independence brought by the birth-control pill and the women’s liberation movement, she said, the predominant cultural and sexological assumption was that female lust was fueled from within, that it didn’t depend on another’s initiation. One reason for the shift in perspective, she speculated, is a depth of insight gathered, in recent times, through a booming of qualitative research in sexology, an embrace of analyses built on personal, detailed interviews or on clinical experience, an approach that has gained attention as a way to counter the field’s infatuation with statistical surveys and laboratory measurements.

Meana made clear, during our conversations in a casino bar and on the U.N.L.V. campus, that she was speaking in general terms, that, when it comes to desire, “the variability within genders may be greater than the differences between genders,” that lust is infinitely complex and idiosyncratic.

She pronounced, as well, “I consider myself a feminist.” Then she added, “But political correctness isn’t sexy at all.” For women, “being desired is the orgasm,” Meana said somewhat metaphorically — it is, in her vision, at once the thing craved and the spark of craving. About the dynamic at “Zumanity” between the audience and the acrobats, Meana said the women in the crowd gazed at the women onstage, excitedly imagining that their bodies were as desperately wanted as those of the performers.

Meana’s ideas have arisen from both laboratory and qualitative research. With her graduate student Amy Lykins, she published, in Archives of Sexual Behavior last year, a study of visual attention in heterosexual men and women. Wearing goggles that track eye movement, her subjects looked at pictures of heterosexual foreplay. The men stared far more at the females, their faces and bodies, than at the males. The women gazed equally at the two genders, their eyes drawn to the faces of the men and to the bodies of the women — to the facial expressions, perhaps, of men in states of wanting, and to the sexual allure embodied in the female figures.

Meana has learned too from her attempts as a clinician to help patients with dyspareunia. Though she explained that the condition, which can make intercourse excruciating, is not in itself a disorder of low desire, she said that her patients reported reduced genital pain as their desire increased. The problem was how to augment desire, and despite prevailing wisdom, the answer, she told me, had “little to do with building better relationships,” with fostering communication between patients and their partners. She rolled her eyes at such niceties. She recalled a patient whose lover was thoroughly empathetic and asked frequently during lovemaking, “ ‘Is this O.K.?’ Which was very unarousing to her. It was loving, but there was no oomph” — no urgency emanating from the man, no sign that his craving of the patient was beyond control.

“Female desire,” Meana said, speaking broadly and not only about her dyspareunic patients, “is not governed by the relational factors that, we like to think, rule women’s sexuality as opposed to men’s.” She finished a small qualitative study last year consisting of long interviews with 20 women in marriages that were sexually troubled. Although bad relationships often kill desire, she argued, good ones don’t guarantee it. She quoted from one participant’s representative response: “We kiss. We hug. I tell him, ‘I don’t know what it is.’ We have a great relationship. It’s just that one area” — the area of her bed, the place desolated by her loss of lust.

The generally accepted therapeutic notion that, for women, incubating intimacy leads to better sex is, Meana told me, often misguided. “Really,” she said, “women’s desire is not relational, it’s narcissistic” — it is dominated by the yearnings of “self-love,” by the wish to be the object of erotic admiration and sexual need. Still on the subject of narcissism, she talked about research indicating that, in comparison with men, women’s erotic fantasies center less on giving pleasure and more on getting it. “When it comes to desire,” she added, “women may be far less relational than men.”

Like Chivers, Meana thinks of female sexuality as divided into two systems. But Meana conceives of those systems in a different way than her colleague. On the one hand, as Meana constructs things, there is the drive of sheer lust, and on the other the impetus of value. For evolutionary and cultural reasons, she said, women might set a high value on the closeness and longevity of relationships: “But it’s wrong to think that because relationships are what women choose they’re the primary source of women’s desire.”

Meana spoke about two elements that contribute to her thinking: first, a great deal of data showing that, as measured by the frequency of fantasy, masturbation and sexual activity, women have a lower sex drive than men, and second, research suggesting that within long-term relationships, women are more likely than men to lose interest in sex. Meana posits that it takes a greater jolt, a more significant stimulus, to switch on a woman’s libido than a man’s. “If I don’t love cake as much as you,” she told me, “my cake better be kick-butt to get me excited to eat it.” And within a committed relationship, the crucial stimulus of being desired decreases considerably, not only because the woman’s partner loses a degree of interest but also, more important, because the woman feels that her partner is trapped, that a choice — the choosing of her — is no longer being carried out.

A symbolic scene ran through Meana’s talk of female lust: a woman pinned against an alley wall, being ravished. Here, in Meana’s vision, was an emblem of female heat. The ravisher is so overcome by a craving focused on this particular woman that he cannot contain himself; he transgresses societal codes in order to seize her, and she, feeling herself to be the unique object of his desire, is electrified by her own reactive charge and surrenders. Meana apologized for the regressive, anti-feminist sound of the scene.

Yet while Meana minimized the role of relationships in stoking desire, she didn’t dispense with the sexual relevance, for women, of being cared for and protected. “What women want is a real dilemma,” she said. Earlier, she showed me, as a joke, a photograph of two control panels, one representing the workings of male desire, the second, female, the first with only a simple on-off switch, the second with countless knobs. “Women want to be thrown up against a wall but not truly endangered. Women want a caveman and caring. If I had to pick an actor who embodies all the qualities, all the contradictions, it would be Denzel Washington. He communicates that kind of power and that he is a good man.”

After our discussion of the alley encounter, we talked about erotic — as opposed to aversive — fantasies of rape. According to an analysis of relevant studies published last year in The Journal of Sex Research, an analysis that defines rape as involving “the use of physical force, threat of force, or incapacitation through, for example, sleep or intoxication, to coerce a woman into sexual activity against her will,” between one-third and more than one-half of women have entertained such fantasies, often during intercourse, with at least 1 in 10 women fantasizing about sexual assault at least once per month in a pleasurable way.

The appeal is, above all, paradoxical, Meana pointed out: rape means having no control, while fantasy is a domain manipulated by the self. She stressed the vast difference between the pleasures of the imagined and the terrors of the real. “I hate the term ‘rape fantasies,’ ” she went on. “They’re really fantasies of submission.” She spoke about the thrill of being wanted so much that the aggressor is willing to overpower, to take. “But ‘aggression,’ ‘dominance,’ I have to find better words. ‘Submission’ isn’t even a good word” — it didn’t reflect the woman’s imagining of an ultimately willing surrender.

Chivers, too, struggled over language about this subject. The topic arose because I had been drawn into her ceaseless puzzling, as could easily happen when we spent time together. I had been thinking about three ideas from our many talks: the power, for women, in being desired; the keen excitement stoked by descriptions of sex with strangers; and her positing of distinct systems of arousal and desire. This last concept seemed to confound a simpler truth, that women associate lubrication with being turned on. The idea of dual systems appeared, possibly, to be the product of an unscientific impulse, a wish to make comforting sense of the unsettling evidence of women’s arousal during rape and during depictions of sexual assault in the lab.

As soon as I asked about rape fantasies, Chivers took my pen and wrote “semantics” in the margin of my notes before she said, “The word ‘rape’ comes with gargantuan amounts of baggage.” She continued: “I walk a fine line, politically and personally, talking frankly about this subject. I would never, never want to deliver the message to anyone that they have the right to take away a woman’s autonomy over her body. I hammer home with my students, ‘Arousal is not consent.’ ”

We spoke, then, about the way sexual fantasies strip away the prospect of repercussions, of physical or psychological harm, and allow for unencumbered excitement, about the way they offer, in this sense, a pure glimpse into desire, without meaning — especially in the case of sexual assault — that the actual experiences are wanted.

“It’s the wish to be beyond will, beyond thought,” Chivers said about rape fantasies. “To be all in the midbrain.”

One morning in the fall, Chivers hunched over her laptop in her sparsely decorated office. She was sifting through data from her study of genital and subjective responses to audiotaped sex scenes. She peered at a jagged red line that ran across the computer’s screen, a line that traced one subject’s vaginal blood flow, second by second. Before Chivers could use a computer program to analyze her data, she needed to “clean” it, as the process is called — she had to eliminate errant readings, moments when a subject’s shifting in her chair caused a slight pelvic contraction that might have jarred the plethysmograph, which could generate a spike in the readings and distort the overall results. Meticulously, she scanned the line, with all its tight zigs and zags, searching for spots where the inordinate height of a peak and the pattern that surrounded it told her that arousal wasn’t at work, that this particular instant was irrelevant to her experiment. She highlighted and deleted one aberrant moment, then continued peering. She would search in this way for about two hours in preparing the data of a single subject. “I’m going blind,” she said, as she stared at another suspicious crest.

It was painstaking work — and difficult to watch, not only because it might be destroying Chivers’s eyesight but also because it seemed so dwarfed by the vastness and intricacy of the terrain she hoped to understand. Chivers was constantly conjuring studies she wanted to carry out, but with numberless aberrant spikes to detect and cleanse, how many could she possibly complete in one lifetime? How many could be done by all the sexologists in the world who focus on female desire, whether they were wiring women with plethysmographs or mapping the activity of their brains in fM.R.I. scanners or fitting them with goggles or giving them questionnaires or following their erotic lives for years? What more could sexologists ever provide than intriguing hints and fragmented insights and contradictory conclusions? Could any conclusion encompass the erotic drives of even one woman? Didn’t the sexual power of intimacy, so stressed by Diamond, commingle with Meana’s forces of narcissism? Didn’t a longing for erotic tenderness coexist with a yearning for alley ravishing? Weren’t these but two examples of the myriad conflicting elements that create women’s lust? Had Freud’s question gone unanswered for nearly a century not because science had taken so long to address it but because it is unanswerable?

Chivers, perhaps precisely because her investigations are incisive and her thinking so relentless, sometimes seemed on the verge of contradicting her own provisional conclusions. Talking about how her research might help women, she said that it could “shift the way women perceive their capacity to get turned on,” that as her lab results make their way into public consciousness, the noncategorical physiological responses of her subjects might get women to realize that they can be turned on by a wide array of stimuli, that the state of desire is much more easily reached than some women might think. She spoke about helping women bring their subjective sense of lust into agreement with their genital arousal as an approach to aiding those who complain that desire eludes them. But didn’t such thinking, I asked, conflict with her theory of the physiological and the subjective as separate systems? She allowed that it might. The giant forest seemed, so often, too complex for comprehension.

And sometimes Chivers talked as if the actual forest wasn’t visible at all, as if its complexities were an indication less of inherent intricacy than of societal efforts to regulate female eros, of cultural constraints that have left women’s lust dampened, distorted, inaccessible to understanding. “So many cultures have quite strict codes governing female sexuality,” she said. “If that sexuality is relatively passive, then why so many rules to control it? Why is it so frightening?” There was the implication, in her words, that she might never illuminate her subject because she could not even see it, that the data she and her colleagues collect might be deceptive, might represent only the creations of culture, and that her interpretations might be leading away from underlying truth. There was the intimation that, at its core, women’s sexuality might not be passive at all. There was the chance that the long history of fear might have buried the nature of women’s lust too deeply to unearth, to view.

It was possible to imagine, then, that a scientist blinded by staring at red lines on her computer screen, or blinded by peering at any accumulation of data — a scientist contemplating, in darkness, the paradoxes of female desire — would see just as well.